Uno nunca debería perder la libertad. Ni siquiera tener la concepción de que para hacer alguna cosa tenemos que cederla. En el mismo momento en que nos descubrimos como seres libres, deberíamos tomar aquello como el bien mas preciado y atesorarlo. No cambiarlo por nada, por nadie. No hacernos creer que la sacrificamos en función de algo. Cualquier cosa o persona que merezca la pena no va a coartarnos nuestra libertad.
Libertad de mente, de espíritu, de expresión, de poder decir lo que se me antoja. De poder ir por la vida diciendo quien soy y que vengo a hacer.
Había perdido mi libertad -por eso empece el blog-. Hubo un momento donde había conseguido algo de la misma. Una época donde comenzaba a ser libre y por alguna misteriosa razón la vendí. Metí mi alma y mi libertad dentro de una cárcel.
Una cárcel donde yo misma me había encerrado, tirando la llave al vacío... lo más lejos posible. Yo no quería salir nunca de esa prisión... Estaba terriblemente cómoda... y al parecer... Feliz.
Sin embargo un día, el lugar explotó en mil pedazos. Destrozo casi todo lo que había a su paso. Tiro abajo cimientos profundamente arraigados. Mató vegetación, arracandola de raíz.
Rompió los barrotes de mi propia cárcel y por un momento me sentí desprotegida. Completamente sola, sin poder ver que ahí estaba yo... otra vez con mi libertad. Golpeándome la cara con firmeza, haciéndome sentir viva. Haciéndome sentir que revivía.
La sensación terrible de la vocanada de aire feroz que entra y sale del cuerpo. Que se agita en la garganta. Que presiona el pecho. Parecía que me ahogaba, que no podría llegar nunca a la superficie...
Y cuando menos me dí cuenta, ahí estaba otra vez en el camino de la libertad. Luchando por ideales, por proyectos, por MIS GANAS, por MI FELICIDAD...
...(y esa noche entre una cosa y otra, recupere mi libertad)...